El bucle en el que vivo me es de sobra conocido. En cualquier momento puede ser el principio. Una canción que escuche por la radio y que llame mi atención. Bien porque me guste, bien por su rareza o también por contagio de la pasión del locutor. Mis dedos acudirán ansiosos a teclear buscando el LP que la contiene. De ahí a la reseña del álbum en Allmusic (o cualquier otro sitio si no está publicado en EEUU). Escuchar unos fragmentos allí mismo, para lanzarme a la búsqueda de su cotización en Discogs. ¿Qué no está en vinilo? Puedo perder ipso facto todo el interés. ¿Está muy caro o no hay disponibilidad? Pruebo fortuna en Todocoleccion, o cotilleo cuánto se ha llegado a pagar por el LP en el Orientaprecios. Y, como última parada, busco por Wallapop, como quién echa una quiniela, por si acaso. Ay de mí si encuentro una ganga en alguno de estos giros del bucle vinílico. Es posible que compre casi a ciegas. O que las dudas sobre su adquisición me produzcan tal mareo que lo deje para otro momento, no muy lejano, previo paso por toda la ruta anterior. Escuchas en Youtube. Comparativas de precios. Opiniones de blogueros, críticos musicales o fans acérrimos. A veces la cosa se olvida. Pero siempre regresa en forma de alerta de búsqueda en las citadas webs, o vuelve la canción por la radio o leo alguna referencia irresistible por ahí. El bucle remite con más fuerza aún. Revisito enlaces ya morados del paso previo. ¿Lo necesito?¿Es imprescindible?¿Es el mejor que puedo poseer de este artista?¿Me espero a que baje?¿A desearlo de verdad?¿Elijo otra obra más reconocida?
Varios de esos bucles me transitan soterrados bajo mi cotidianeidad. A través esos bucles transito escapando no se bien de qué.
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